jueves, 25 de septiembre de 2008

Transmisión VS. Contagio

Justamente, uno de los conceptos básicos referidos a la temática del vih/sida es el siguiente:


Para comprender mejor esta aseveración (que puede parecer novedosa o directamente dislocada), se impone la necesidad de ahondar en la idea de contagio.

Por ejemplo, una enfermedad típicamente contagiosa es la gripe (en cualquiera de sus variantes). El virus de la gripe es un germen muy resistente que posee la capacidad de sobrevivir durante varias horas fuera del cuerpo humano y mantener su potencial infeccioso. Una persona engripada va diseminando sus virus por donde pase. El virus de la gripe suele concentrarse en ciertos fluidos como la saliva y a través de ella sale fuera del cuerpo, quedando sobre la superficie de los objetos durante mucho tiempo. El virus de la gripe suele quedar en los pasamanos del transporte público, en los picaportes de las puertas, suele pasar de una persona a otra por medio de un simple abrazo o de un beso, etc. De manera que nadie puede evitar una gripe. Por más medidas preventivas que se adopten, siempre cabrá una posibilidad de adquirir la infección.


Muy por el contrario, nada de eso sucederá con la transmisión del vih. Salvo en contadas circunstancias (como los accidentes o las violaciones), la infección por vih siempre puede ser prevenida. Los métodos para evitar contraer el virus son sencillos y baratos (cuando no gratuitos). Esto implica también una responsabilidad directa de la persona que adquiere la infección puesto que los riesgos pueden evitarse si se toman las precauciones pertinentes.

Si te cuidás correctamente, el vih nunca te va a afectar.

Se entiende entonces la importancia de hacer un buen uso de las palabras. Cuando hablemos de vih, deberíamos desterrar la palabra contagio puesto que no tiene nada que ver con el modo en que el vih se transmite. Cada vez que alguien habla de contagio relacionado con esta infección, está retransmitiendo un concepto erróneo y nocivo que hace pensar que la transmisión del virus puede producirse en cualquier circunstancia y sin poder hacer nada por impedirlo, tal como sucede con la gripe. ¿Cuál es la consecuencia de esta idea equivocada? La discriminación. Si el vih fuera contagioso, se justificarían los miedos y la desconfianza que desembocan necesariamente en el rechazo hacia las personas que viven con el virus. Si las creencias populares resultaran ciertas, esas personas deberían ser aisladas  para no poner en riesgo la salud de la comunidad. Sin embargo, nunca estará de más reiterar que el vih no es una infección contagiosa. Cuando hablemos de vih será más acertado decir que uno puede adquirir, contraer, transmitir el vih, pero nunca contagiarlo o contagiarse.

En sentido similar, tampoco deberíamos utilizar un término acuñado como “portador”. ¿Qué sería un portador? Alguien que porta, que lleva consigo, que transporta el vih por donde vaya y tiene la posibilidad de “regarlo” a su paso. Esta es una situación perfectamente aplicable a la gripe o a los resfríos (por ejemplo) pero de ningún modo se relaciona con el vih. Además, esta palabra arrastra en sí misma un cierto juicio de valor (negativo) puesto que el verbo portar forma parte de otra expresión muy arraigada en el lenguaje como es “portar un arma”. La asociación entre arma y vih resulta, en este caso, casi inevitable.




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